En casa de mis papás siempre teníamos velas, de las blancas utilitarias, de las que vendían en cajitas con ventana para que antes de pagar pudieras confirmar el que no vinieran rotas. La ventanita era como la de los Prismacolor, excepto que las velas eran todas blancas porque en el mercado de las velas caseras no había cabida a una rojo carmesí, una verde acqua, y menos una color carne. Las tardes de apagones nos dedicábamos a pasar el dedo índice por la flama; a, -cual masoquistas “in training”- acumular cera derretida en nuestras manos para luego moldearla; a intentar adivinar a ver a que hora regresaba la luz por si había que bañarnos a luz de la vela; a ver como mi papá salía al garaje a cambiar los filamentos de los fusibles en el ratito que amainaba la tormenta, a escucharlo mientras le mentaba la madre a los dioses ineptos de la CFE.
En época de apagones y de lluvias me tocaba ir a La Nacional a comprar velas. Y ya que vas, gritaba mi mamá desde algún lugar de la casa, de una vez cómprate un cartón de huevo. Con el vuelto, me conseguía pelotitas de hule espuma, de las que todas las tardes yo aventaba con dedicación neurótica contra la pared, y de las que a tiro por viaje volaba a casa de los vecinos, pero que no importaba porque las vendían de a tres por veinte centavos.
De vez en cuando escaseaban las velas en La Nacional y había que comprar veladoras, que son lo mismo pero no es igual: iluminaran mucho a las almas en su viaje eterno con la estampita de Jesús o de la Virgen María, pero cuando de alumbrar la mesa para la cena se trata, eran bastante mediocres.
Las velas las colocábamos dentro de unos vasos de vidrio, donde se quemaban haciéndose chiquitas. Bebíamos en vasos humeados, sus costados marcados con negro de humo de aquellas noches cuando se iba la luz. La cera derretida que se acumulaba dentro del vaso había que rasparla al momento de lavarlo, aunque a veces nos encontrábamos con cachos de cera en la limonada.
Supongo que al principio mi mamá observaba nuestros juegos de piromaniacos en potencia con cierta aprehensión, hasta que un día, habituada a los chubascos veraniegos y a sus respectivos apagones, se terminó acostumbrando a nuestros juegos y ahora la veo observándonos con cierta flojera hasta el momento en que, sin previo aviso y así como se había ido, regresaba la luz y empezaba el pleito para ver quien apagaba la vela con dedos ensalivados.
Velas son un artículo que no guardamos en la alacena acá, que nunca había necesidad de tener.
Ni velas, ni palas para la nieve.
Hasta esta semana.
Desde adentro del calor de la camioneta, el que todo este cubierto por nieve se ve bonito. Muy bonito, escucho decir a mi papá, de veras que se ve muy bonito. Va en el asiento del copiloto, usa tapabocas y la boina que le compramos para el frío. Va admirando la nieve acumulada sobre los árboles, las ramas, troncos, techos, coches, el pasto, las calles, los semáforos. Mis papás llevan una semana encerrados y se maravillan con el nevado paisaje urbano mientras los transporto de regreso a su departamento. Por la falta de electricidad, y por ende de calefacción, pasaron la noche donde mi hermana. Para que no se congelaran, pues. Costó trabajo el convencerlos de que dejaran su nidito, que se pasaran donde mi hermana. Pero sin calefacción y sin como calentarse una bebida, la noche no pintaba bonito.
Ahora ya casi toda la nieve está derretida. Las “yardas” de las casas tienen parches blancos, los techos igual, pero ya no es una cubierta completa, como ayer, o anteayer cuando nevó. En su mayoría, los coches ya se sacudieron su mantel blanco y los carámbanos que colgaban de sus carrocerías cual sucias faldas hawaianas, se han ido desprendiendo en gajos.
En la casa nunca fuimos gente de nieve, menos de frio. Eso de ir a esquiar o de congelarnos durante las vacaciones no fue lo nuestro. Éramos más de ir con los tíos a la sierra poblana, de quedarnos en el Emporio en Veracruz, de rentar la casa en Cuernavaca. Gravitábamos hacía el calor.
A mi lado, mi papá vuelve a repetir lo bonito que se ve todo. Desde el asiento de atrás, mi mamá asiente.
El lunes, cuando estaba recién nevado, estaba más bonito, pienso. No lo digo en voz alta para no destruirles la ilusión que les da él ver el paisaje nevado.
Pero es la verdad: a la mañana siguiente de la nevada, todo estaba más bonito, ahora la nieve solo parece resignada a terminar escurriéndose por las coladeras.
Lo bonito se acabó cuando empezamos a escuchar rumores de que había algunas zonas de la ciudad -del estado de hecho- que se andaban quedando sin electricidad. Y con el frío que hace, pensamos. Luego, unas amigas de AnaP le dijeron que ellas no tenían luz desde el momento que se dejo caer el primer copo. En la casa -la de ustedes- tuvimos suerte ese primer día, pensamos que la ciudad se había olvidado de bajar el switch en nuestra zona. Pero seguro algún listillo levantó la mano, apuntó a nuestra colonia, y aquí ando, doble calcetín, camiseta, camisa y sweater, y con un buen de frio.
El día de hoy, como ha sido toda la semana, los de la compañía eléctrica nos ha soltado electricidad a ratitos, y ahora llevamos varias horas sin escuchar el zumbido del refri que se vacía a pasos agigantados. Aunque el iPhone insiste en que no hace tanto frio como ayer, yo siento los pies congelados a pesar del doble calcetín. Pero no me debo de quejar, nos ordena Tim Boyd, el ahora ex alcalde de Colorado City, Tejas, un pueblo de 3,800 almas situado entre Sweetwater y Big Spring, para que lo ubiquen. El ex alcalde va que vuela a ser plasmado como el modelo del Príncipe de Maquiavelo: en plena crisis de intenso frio y millones de casas sin electricidad se le ocurrió twittear que “solo los fuertes sobrevivirían”, “que el gobierno no le debe nada a nadie así que no anden de pedinches” agregando, “que en vez de estar extendiendo la mano, los flojos deberían de encontrar la manera de procurar su propia agua y electricidad”. Tristemente el señor Boyd es un fiel reflejo de la cadenita de gente poco preparada que resulta son nuestros líderes. Acá nos andamos congelando, viendo como nos vamos quedando sin electricidad ni agua, cuando el Gobernador Abbott -Republicano hasta decir Trump- salió en la Fox News a tranquilizarnos diciendo, -como si eso ayudara de alguna manera en este momento que necesitamos calor y no palabras- que mejor nos vayamos olvidando de eso de las energías renovables, que no funcionan, que mejor regresáramos a la época de las cavernas a quemar cuanto combustible fósil encontremos sin importar lo del calentamiento global. Lo importante es defender al big oil. Usó el mismo argumento que hace un par de semanas esgrimió la siempre conservadora 4T, ese de que prefieren ver hacia el pasado en vez de invertir en el futuro. Da menos miedo, supongo.
Hoy en la noche el iPhone dice que volverá a nevar, volverá a hacer frio, permaneceremos debajo de las cobijas sin electricidad que encienda nuestra calefacción. Es probable que lleve a mis papás al departamento de mi hermana, probable que me vuelva a costar trabajo el convencerlos, probable que nos toque un bonito paisaje cuando los regrese a su nidito.
La cosa es que hoy en la noche estaremos iluminados con las velas que nos dio mi hermana, quemaran dentro de un vaso que quedará marcado con el negro del humo, y quemarán una flama por donde seguro pasaré mis dedos para entretenerme, viendo el pasado.
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