El domingo fuimos a la convocatoria en el zócalo de la marea rosa. Sin derecho de réplica nos condenaron: traidores. ¿Como responder? Si así lo dictaminó nuestro uber ciudadano desde su palacio, no hay más que aceptarlo.
Somos traidores.
Sabemos que su gobierno no es autoritario. Así lo dice, así debe ser. Él sabe.
Llegamos al Zócalo caminando por Reforma, a un lado del paseo ciclista. Bicicletos aventurándose a rodar a pesar de la contingencia ambiental. “No entiendo porque no lo cancelaron” se quejó el taxista ya camino de regreso, “bueno sí sé” se retractó sonriendo sarcástico. Llevábamos estacionados diez minutos en Avenida Juarez.
El pueblo seremos traidores. Tontos, a veces no tanto.
Nuestro reducido grupo de traidores éramos AnaP, mi madre, y un servidor. No imaginen dagas escondidas debajo de togas tipo Brutus, Cassio, y el dictador gritando, Et tu, Miguel? Solo éramos traidores por pensar en que no queremos un gobierno autoritario más, y uno quizá, más humano. Aparte, ellas iban vestidas del rosa convocado, yo de camiseta azul, pantaloncillo negro. Imaginen selección de la R.O. de Uruguay. Era lo que había.
Traidor en shorts.
En la marcha al zócalo éramos más fifis que los del mitin en Coyoacán de Morena en el que nos tocó estar un par de semanas antes. Más tarde, un amigo en el chat dijo “había de todo”, pero sobre Reforma caminábamos con zapatos ON. En el mitin en Coyoacán, el único que usaba los tenis de la marca de moda era el jefe de campaña de la candidata por la alcaldía de la CdMx. Frente a Bellas Artes, cualquier cantidad de hombres caminaban con camisas rosas de vestir, o la polo rosa de Ralph Lauren, igual a la que mi madre le consiguió a mi papá el año pasado para la graduación de Gusano. Al principio, mi papá se rehuso usar una camisa rosa hasta que alguien le dijo, el color te queda, que es verdad. Desde entonces, es su pièce de résistance. Pero mi papá no fue a la marcha del domingo. Cuando camina le duele la espalda y dirá que la lucha se hace a pie.
A diferencia del mitin en Coyoacán, no nos topamos con repartidores de camisetas, gorras o banderas. Aquí, la bandera nacional la comprabas por cincuenta, las banderolas con mensaje integrado de “Nuestra democracia no se toca” a treinta. Los sombreros rosas te los dejaban ir hasta por ciento cincuenta. Es que cuentan con protección de rayos UV joven, me explicó el vendedor. Mi madre compró una bandera porque por suerte, el uber ciudadano confirmó que el lábaro patrio nos pertenece a todos, incluyendo a los traidores. Le respondemos al uber ciudadano, ¡Gracias!
Traidores con bandera de a cincuenta.
Nuestra caminata desde la Juárez al zócalo fue tranquila, hasta que mi madre, siendo mi madre, se detuvo frente a un puesto. No debo decir la edad de mi madre porque es de mal gusto el decir la edad de alguien quien nació en 1939. El puesto donde se entretuvo era de esos de sábana extendida en la banqueta, vendedora con cara de que no soy tu amiga, mercancía desplegada del partido oficialista: peluchitos del actual presidente, de la candidata oficial, camisetas con la imagen del Che, con frases de Hugo Chavez, gorras de Mao. Artículos que no gritan, ¡democracia!, o, ¡estamos contra el autoritarismo! Mi madre, siendo mi madre, preocupada por las bajas ventas que tendría esa mujer con aquella mercancía --“Location, Location, Location”-- se detuvo con ella preguntándole, “¿de veras?”. No supe como reaccionar cuando la vendedora, con la misma capacidad de nuestro actual mandatario para debatir, primero llamó a mi madre, abuela -que sin duda lo es- y luego le dijo que se fuera a la v…
Pero mi madre ya no la escuchaba, nos encaminamos rumbo al zócalo.
Mis padres estaban en sus sesentas cuando se resquebrajó la dictadura perfecta, pensamos que así de fácil tendríamos democracia. Pero hace veinticuatro años, acostumbrados al presidencialismo, depositamos toda nuestra confianza en un hombre que no sabía lo que hacía mientras navegaba un sistema podrido. Mejor eso a lo que teníamos, pensamos en aquel momento, mejor eso a tener a un uber ciudadano, de esos que todo lo deciden ellos, y quienes por mandato divino vislumbran donde mandar construir aeropuertos, trenes, refinerías. Cada ocurrencia apoyada por borregos con camisetas del partido.
Mis papás empezaron su matrimonio sin nada. Bueno, siempre los ha unido mucho amor y cantidad de proyectos, pero nada en el banco es a lo que me refiero. Nada. A los tres meses de casados les robaron todo lo de su depa que rentaban en la San Miguel Chapultepec. Se llevaron hasta mi anillo de compromiso, dice mi mamá. Pero siguieron. Ahí siguen quejándose, alzando la voz.
A estas épocas de su vida siguen siendo ilusos, ambos creen en el poder del dialogo (y de la chancla, pero esa es otra historia), en el respeto a las leyes, en la fuerza de las instituciones, en la separación de poderes.
Traidores aspiracionistas, ambos.
Caminamos buscando sombra sobre 16 de septiembre y 5 de mayo. Cuando llegamos, el zócalo ya estaba lleno. Nos sentamos debajo del laurel, el que está a un costado de Catedral. Las palabras de quienes arengaban desde el estrado llegando en eco, amigos gos gos gos juntos tos tos, viva va va.
Pero nuestra misión debajo del laurel era clara, no necesitábamos escuchar, solo hacer bulto.
Cuando nos engentamos, entramos a Catedral. Nos sentamos al fondo, frente al Señor del Veneno, la escultura del Cristo que, según la leyenda, movió sus pies envenenados para salvar al cura que los besaba diario, en el proceso envenenándose a si mismo, cambiando el pantone de su piel. Desde allí escuchamos el eco de Vamos mos mos México co co de los de la tribuna afuera, mezclada con la voz del párroco dando el sermón mas largo de la historia. Imaginen una mañanera “reloaded”.
Emprendimos el regreso antes de que terminara el evento. Hacía hambre. AnaP y yo desayunamos en el Café Tacuba, mi madre se limitó a tomarse un café. Nos platicó acerca del gringuito a quien se ligó en el Sanborns de los Azulejos, de como anduvieron un año. Le costó trabajo acordarse del nombre de aquel novio. Nos admitió que nunca había ido al Café Tacuba, ni cuando trabajó allí cerca, en la calle de Lopez. Nos platicó de cuando vivió en el departamento rentado en la avenida Colonia del Valle, de como cuidó a mi abuela después de las operaciones para intentar acabar con el cáncer, de como en tres operaciones le abrieron los pómulos a mi abuela, de como la atendieron en el Seguro, del remordimiento que le entró cuando tuvo que regresar a mi abuela a su pueblo, a La Ceiba, porque ella no podría cuidarla. Mi abuela murió durante la luna de miel de mis papás. Tenía cincuenta y dos años.
A mi abuela se le rompería el corazón de ver a su hija convertida en traidora.
Pero si el Uber ciudadano ya dijo que lo es, lo es.
Porque sabemos que no es autoritario.
Ya de regreso en la casa, nos encontramos a mi papá hambreado. Fuimos a echar un taco al Rincón. Aunque yo no tenía hambre, me terminé tragando uno de bistec. Así soy.
Traidores echando tacos.
En la noche vimos el debate en la minúscula televisión que tiene mi suegro en su departamento. Allí, la candidata oficial nos aseguró que nosotros tranquilos, que el país va muy bien, de que ok, que sí que se juntó con las madres buscadoras pero que eso no es lo importante que lo importante es la percepción de seguridad, de que no va a debatir si hay desaparecidos que porque a ella lo que le importa son las cifras, y mírenlas nos dijo y nos mostró cartulinas con gráficas y líneas, se percibe que todo anda bien, agregando que en el debate ella no estaba para andar discutiendo, viendo a sus contrincantes, o dios no lo quiera, debatiendo, que el debate era para proponer ideas, ver quien había traído la mejor cartulina, el pelo más engomado, la sonrisa menos cínica, quien le da la manzana más roja a los presentadores, nos dijo que para ella la educación no es una mercancía y para demostrarlo sacó a relucir acerca de las dos universidades que fundó, de las no sé cuantas prepas nuevas, aunque repitió, la educación no es una mercancía, y más tarde nos repitió de que la masacre del dos de octubre no se olvida, y vamos no se olvida eso lo tenemos claro, ni se olvida la matanza del setenta y uno y apuntó hacia los partidos de la coalición esquizofrénica condenando las masacres, aunque igual se le olvidó mencionar de que el uber ciudadano empezó su carrera política en aquel mismo partido, allí junto con Bartlett y Cuahutémoc, porque de algún hueso debían empezar a roer, así al final nos aseguró de que nosotros tranquilos, y ya no repitió lo que había dicho antes, porque sobraba decirlo, pero nosotros sí que nos acordamos de que dijo que las elecciones del 2 de junio son un mero trámite y de que hacía ella se pueden dirigir de una buena vez como, señora presidenta estamos a sus órdenes, y lo que usted diga se hará señora presidenta, y si necesita otra refinería para quemar más petroleo así se hará señora presidenta, no importa que el país arda en tantos sentidos, en tantas direcciones.
Será nuestra uber ciudadana.
Nos dirá que el suyo no es gobierno autoritario, pero será traidor quien ose no decir, con la cabeza gacha y sumisa, a sus órdenes señora presidenta.
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