Tu padre se fue con todo y tractor a la barranca, me texteó mi mamá.
Ya me había avisado Gorgi del incidente, así que no fue demasiada sorpresa el que mi mamá me lo admitiera, aunque en realidad solo lo hizo cuando le pregunté acerca del Fangio de los tractores.
Acto seguido, mi mamá me mandó un video por el Whats. Cual si estuviera dirigiendo uno de esos documentales de ‘misterios por resolver’ que pasan en el Discovery, empezó filmando el pasto en una escena muy Kurosawa. Movió la cámara con paciencia, filmando el camino que quien vea el video debe asumir era donde mi papá manejaba el tractor podando el pasto, para luego arrastrar la imagen a la barranca, deteniendo la cámara en el tractor rojo que estaba en un ángulo que Miss Dulce, en quinto año de primaria, hubiera definido como ‘agudo’ obligándonos a medirlo con el compás. El tractor rojo estaba atorado, sin voltearse, en el tronco de un árbol que detuvo una caída adicional de un par de metros, visual con la que terminaba el film, dejando a la imaginación lo que pudo haber sucedido. Mi papá no aparece sentado en el tractor, o sea que tampoco hubo una recreación de eventos tipo Florence Cassez, ni tampoco hay una explicación de como fue que manejó el tractor hasta llegar allí. Mi mamá solo incorporó una nota como título al video “se salvó de milagro” dejando entrever de que habría más detalles en el noticiero nocturno, o cuando mínimo una entrevista con el afectado.
Es parte de lo que hace mi papá los fines de semana, cuida su terreno con sus tractores. Desde hace años que tiene dos tractores, uno rojo y uno verde. Antes encargaba piezas para sus tractores a quienes viniéramos para acá, apuntándonos los números de serie en la parte de atrás de notas de la gasolinería. La lista con la parte requerida nos la entregaba de lo más casual, por si de chiripa nos topábamos con una refaccionaria de John Deere en nuestro camino al súper, aunque siempre hacía hincapié de que la tienda de tractopartes estaba a la entrada del pueblo. Allí luego luego la ves, decía, justo sobre la 281, y si no tienen la pieza, te la piden y te la dan en un par de días.
Ahora ya no sé como consiga las aspas, rotores, filtros, ni las demás piezas que vaya a necesitar después de que sufrió el percance. No me queda duda de que se las arreglará para conseguirlas y cambiarlas él mismo.
Mi mamá ya me avisó que mi papá ya recobró el tractor. No muy le entendí el mecanismo de rescate, pero algo me explicó que hubo que jalarlo con el otro tractor, el verde, y con la polea del Jeep. Me dijo que mi papá había sacado el tractor de la barranca él solito. Lo veo perfecto, su sombrero australiano, jeans, guantes de cuero, corriendo de tractor a Jeep, amarrando, verificando ángulos, encendiendo motores, acelerando, mentando madres. Yo no heredé esa parte mecánica y de haber sido mi percance, el tractor estaría allí todavía, con la posibilidad de convertirse en una futura exposición de ‘arte espontáneo’. Mi mamá me dijo que no había filmado el rescate porque, me explicó en aquel mismo texto, andaba medio triste que porque a su hermano, mi tío Billy de noventa años, le habían hecho una tomografía y que no había pasado un buen día en el hospital donde anda internado desde hace como diez días porque le hicieron una operación mayúscula en el corazón.
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