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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

¡Mi Rom-Com con #EsClaudia!




Ni tantito empecé mi mañana creyendo, así ni remotamente, en que tendría una cita (¡y nuestro primer pleito!) con la candidata Claudia. Pero la tuve. Como buena rom-com, comenzó con su banda sonora, nueve de la mañana, domingo cinco de mayo y los altavoces cumbiando a todo en la plaza.


En Nuestra plaza.


El plan inicial con AnaP era ir a Chapultepec, correr allá, comer allá. Pero flojeamos y el proyecto dominical se transformó a, mejor le damos unas vueltas a Viveros, vamos por un juguito al mercado, chance la seguimos con un tamalito de los que vende la señora de la esquina, y de allí vemos.


Nada complicado. Nada involucrando. Ni pío de Claudia.


La bronca fue el volumen de los altavoces. Nueve de la mañana de un domingo por el amor de todos los dioses matutinos, mis lagañas aun estaban dormidas.


Nos enteramos hasta cuando pasamos por allí de que habría mitin del partido guinda en Nuestra plaza. De la noche a la mañana, aparecieron centenares de pósters de plástico con las caras de los distintos candidatos del partido, plásticos colgados de postes, árboles y del quiosco. Todo tapizado cual sala de la tía presumiendo sus figuritas de porcelana.


A esa hora había más guarros que fans. Hombres inmensos con cables de plástico transparente colgando de sus oídos, pelo al ras, trajes tantito demasiado justos, discutiendo acerca de a quien le tocaba ir por el café.


Empieza a las diez, nos informó un hombre de chaleco morado que acomodaba sillas. Se escurría emocionado, alineando esta silla, colocando una bandera en esta otra, sacudiéndole hojitas a la de allá, diciéndole, compermisito compermisito, a los fans ya sentados quienes empezaban a apartar las primeras filas. Imaginen al minion uni-ojo de Gru saltando enfervorecido porque toca salir al parque.


En Viveros no había camisetas guindas, chalecos morados, pósters asegurando amor por y al pueblo, soluciones inmediatas a problemas milenarios. El privilegio de los corredores, caminantes, bailarines y yogis que vamos a Viveros, es usar la camisa del color de la que este limpia.


AnaP y yo regresamos sudados a la plaza. Ya pululaba. Había tamboras, trompeteros, guitarristas, gente regalando banderas, playeras, gorras. En la tarima tocaba una banda caribeña. Bailé (bueno, “bailé”… imaginen a C3PO panzón, oxidado, moviéndose) frente a un grupo que marchaba por la calle con cara de procesión fúnebre cargando una manta enorme que decía Claudia, Equipo CdMx. De repente cargaba yo una bandera que decía Claudia, y una camiseta que no resistiría la primera lavada promoviendo a Faruk Miguel Take, candidato a diputado federal por el distrito 19. Ambas las abandoné en una silla, alguien las adoptará, más pronto que tarde serán basura.




Decidimos quedarnos al mitin.


Allí tienen el gato. Allí tienen a la curiosidad. ¿Qué podía pasar?


Nuestra plaza era una mancha guinda.


Van a pasar justo por allí, nos dijo otro hombre de chaleco guinda e igual de emocionado. Apuntó a un pasillo delimitado por vallas que serpenteaban por la plaza. Nos paramos hasta adelante. Los únicos sudados, los únicos sin bandera guinda, sin gorra alusiva al evento.


El gato. La curiosidad.


Alrededor nuestro se acomodaba el respetable, emocionados como si fueran a ver rodar la cabeza de Maria Antonieta.


Nos quedamos acá hasta que pasen, me dijo AnaP, nomás no vayas a decir algo, que si no te van a linchar.


El énfasis en el “te”.


Su advertencia era con causa. Minutos antes, viendo un par de guarros separados de su manada, no pude contener el pasar por en medio de ellos y gritarle a AnaP -mientras se alejaba de mi como si no me conociera- mira, para que no nos digan que no hay guarros. Ya estoy fichado, sin duda, en algún archivo de metal modelo ‘Lecumberri’ Classic, bajo la “G” de Güey.


Tranquila, le aseguré, aquí me contengo. Cuando me esfuerzo, puedo ser decente. Aparte, el miedo no anda en burro, estábamos rodeados por partidistas vestidos en guinda, entonando una canción acerca de Claudia, del amor que tiene Claudia por el pueblo y el pueblo por Claudia. Algo así.


Estábamos lejos de la tarima, solo escuchábamos a un animador, con voz de angustia, intentando arengar al público con gritos de, y la gente a mi izquierda dice... la gente en el centro dice…, los de la derecha dicen…


Pero los asistentes se negaban a ser arengados. Los nervios estaban de punta por ver el desfile, tocar a los héroes, escuchar más promesas. Aunque he visto la plaza mucho más llena para El Grito del dieciséis, sí se palpaba la emoción.


Escribo esto, lo entiendo, desde una posición de total privilegio. Quizá por eso dolió más ver a los acarreados que bajaron de los autobuses del Partido Verde. No fue solo el que los verdes ecologistas los hubiera dotado de banderas y backpacks de plástico no reciclable de una calidad de "Made in Chinga", o el que los hubieran forzado a ponerse una horrible camiseta verde fosforescente, no, lo peor era que resultaba evidente que llegaban de algún pueblo extraviado de alguna sierra perdida, de alguno de esos lugares de pobreza extrema donde no hay programa social que los alcance. Eran de esas personas que todos vemos, pero intentamos no ver, y a quienes hemos preferido ignorar desde siempre. También era obvio que estos acarreados ya tenían experiencia en eso de venir a insolarse a mitines, a obedecer, a echar porras, a menear la banderita, a aplaudir cuando alguien les diera la señal. Pasearon frente a nosotros portando, sin ningún orgullo, su camisa verde fosforescente. Eran niños, adultos muy muy mayores, cualquier cantidad de hombres invidentes, madres quinceañeras con bebé al pecho. A este grupo no los colocaron cerca de los candidatos. Igual que nosotros, no tenían el luk’ que se busca. Caminaban con la mirada resignada de haber sido despertados a una hora inhumana, trepados a un autobús con destino a quiensabe donde, forzados a usar una camiseta verde con la cara de una señora que no se parecía a ellos y con promesas que no aplicaban.


Luego nos enteramos de que a este grupo de verdes ecologistas acarreados, de Coyoacán los transportarían de Alcaldía en Alcaldía, aplaudiendo y ondeando banderitas donde fueran los mitines del partido guinda. A ellos no los invitaron a comer pozole con los de la plana mayor ni a fotografiarse para el Instagram con los héroes. Ellos vinieron a aplaudir en silencio.


Cuando la banda caribeña dejó el escenario, nos quedamos con la voz ahogada del animador. Adivinen quien acaba de llegar, nos gritó, sí amigues, se acaba de subir con nosotros nuestro gran héroe de la lucha libre, nada más ni nada menos que… “El Fantasma”. Parado a mi lado había un niño de como diez años, acompañando a su mamá, muy emocionada ella y dispuesta a abrazar y dejar que su crio fuera besado y abrazado por los auto proclamados nuevos salvadores de la patria esos quienes desde ya imaginan su rostro en el billete de veinte. Imaginé la emoción de mi yo a los diez años de ser arrastrado a ver y escuchar los discursos de aspirantes a diputados, representantes, alcaldes. El resto de los niños de su salón de clase llegarían el lunes con historias de haber ido a ver Garfield, Dune, de haber visto al América, la Fórmula Uno, o de haber jugado con los cuates, los primos, los vecinos, pero este niño llegaría a presumir que se tomó una selfie con Faruk Miguel Take, aspirante a diputado federal del distrito 19.




Mi fe en la niñez regresó cuando el niño, al escuchar que El Fantasma estaba en el escenario se trepó en las vallas para intentar verlo. ¿Lo pudiste ver?, le pregunté cuando se bajó. No, me respondió decepcionado. Es que es fantasma, le dije, no se ven. La mamá del niño alzó los ojos al cielo y me vio con cara de, chale, si este es el nivel de simpatiquez que carga la oposición al partido oficialista, me sigo con los míos.


Y es que a nuestro alrededor ya nos tenían identificados como ‘los infiltrados’.


No podíamos ser otra cosa, con nuestra cara de fifis, nuestra vestimenta de haber ido a correr a Viveros, de estar allí por meros metiches.


El gato. La curiosidad.


Del otro lado de la valla, una mujer no me dejaba de ver. No creo estar tan tan guapo, pero no me quitaba el ojo de encima. Su mirada me fusilaba, me tenía bien identificado como, el enemigo. Tanto han repetido en las mañanas esas palabras cargadas de odio de que quien ose no estar de acuerdo con la política actual podrá ser conservador o corrupto, pero siempre es el enemigo, que ya se lo creyeron.


Pero ahí estábamos. La curiosidad. El gato.


Un fulano usando unos tenis ON de los que están de moda y que se dejan ir por como ciento sesenta dólares, portando un chaleco guinda que lo identificaba como Sebastián, fue el primero quien caminó frente a nosotros por el paseo marcado para los dioses. ¿Quién es?, preguntaron en voz baja varios a nuestro alrededor. A pesar de que Sebastian saludaba a todos, nadie muy sabía quien era. Es el que le dirige la campaña a Clara, cuchicheo finalmente alguien, y la voz se corrió y de repente todos querían tomarse fotos con el fulano de tenis ON, esos de los de ciento sesenta dólares, de los tenis que para nada gritan “aspiracionista” ni “Made for Neoliberales”.


Cuando subieron el volumen de la canción de Claudia, el ánimo, el frenesí, la expectativa, incrementó.


Asumo que todos los mitines políticos son iguales. Son lo que son, pues. Estoy seguro de que un mitin de la coalición de la esquizofrenia (la de mi partido tenía la dictadura perfecta y tu partido que ahora es mi aliado lo único que quería era arrebatármela y luego al revés y luego al revés; la de mi partido es pro-vida pero mejor como dicen en tu partido que mejor las mujeres decidan acerca de su cuerpo, aunque mejor no pero siempre sí pero no; la de que mi partido está a favor de los matrimonios igualitarios pero mi partido que ahora es tu partido dice que no pero luego llegamos a un compromiso que chance…. aaaaaaahhhh), esos mitines deben ser iguales. Aunque más confusos.


Pero me tocó estar en el mitin en Nuestra plaza, la de los candidatos del partido guinda.


Pasó Fernandez Noroña. Cada quien tendrá su adjetivo para describirlo. El político consumado saludaba mujeres, besaba bebes, abrazaba hombres, se tomaba fotos con niños. Político a la venta, pensé. Cuando pasó frente a mi solo pude decir en voz alta que algo olía a vendido. Huele a vendido, repetí varias veces a buen volumen. Pero si me escuchó, no me peló, así que pues allí quedo eso.


Pero luego, caminando en el pasillo, la vimos. Ella. Caminaba sobre pétalos. Aquí agrego que justo antes del paseo, los organizadores de chaleco guinda repartieron rosas y claveles para que los admiradores, en un gesto espontáneo, se los entregaran a la candidata, y ella, en otro gesto espontáneo, contestara diciendo, de corazón mil mil gracias.


Espontáneo.


Lo que sí es que Claudia, durante toda su caminata, no dejo de sonreír.


Quizá era la capa de maquillaje con la que venía tapizada la que le forzó a la sonrisa permanente. Quizá fue la adulación total, los aplausos programados por los acarreados del Partido Verde, el espontáneo intercambio floral. No sé.


Pero sonrió todo el tiempo.


Si con Noroña eran selfies, con Claudia eran gritos para selfies, gritos de presidenta, gritos de, te queremos Claudia, de, sentimos tu amor.


Histeria colectiva.


La mujer de enfrente, la que no me quitaba la vista de encima, le entregó un sobre diciéndole, se lo encargo mucho presidenta. Claudia se llevó el sobre al pecho. Tu tranquila aquí yo me encargo, le respondió. La mujer de enfrente me volteó a ver con ojos desafiantes, ¿ya ves?, mi candidata.


Al niño que estaba a mi lado, el de El Fantasma, los de avanzada de chaleco morado le recomendaron extender las manos para que Claudia lo saludara. Dicho y echo, llegó la candidata, lo abrazo, lo saludo, le dio un beso. A mi lado, la mamá se pavoneaba con orgullo de que su hijo fuera EL besado, volteándome a ver con ojos desafiantes, ¿ya ves?, mi candidata.


¿Y yo? Yo tenía a Claudia allí parada a mi lado, abrazando al niño, selfie con la mamá, sonrisa permanente. Pennywise con vestido guinda, pelo engomado y jalado en cola de caballo, zapatos tenis blancos con plataforma.


¿Tendría nuestro héroe (yo) el autocontrol para decirle algo espontáneo?


¿Tendría nuestro héroe (yo) el autocontrol para no insultarla?


El gato. La curiosidad. Nueve son las vidas felinas.


Oye, le susurre directo a Claudia, pero sí subió el precio de la gasolina.


Juré que me ignoraría cual Noroña, como igual nos ignoró el fulano de los tenis ON. Pensé que no me haría caso, que preferiría seguir subiendo a ese pedestal celestial que insistimos construirle a nuestra clase política.


Pero Claudia se detuvo en seco. Si algo no esperaba entre tanta loa era que alguien la cuestionara. Que alguien la insultara, chance, cuestionara no. Se volteó a verme. Estoy seguro de que no creyó el que se toparía de frente con alguien sin una gorra con la “C” de Claudia, sin una camiseta guinda, alguien quien no estuviera ondeando la horrible bandera plastificada. No esperaba ver, como me dijo mi primo, a alguien con cara tan fifí como la mía, y menos de que en este, su momento de gloria, le recordaran sus palabras en el debate, eso de que la gasolina no había aumentado de precio.


Esas fueron sus palabras en el debate, no aumentó el precio de la gasolina.


Cual si le hubiera avisado que un regimiento de franceses enviados por la casa de Habsburgo estaban en camino, se giró hacia mi. De repente, en medio de todo este barullo, éramos ella y yo, un matrimonio de años peleando por haber dejado la mítica tapa del baño levantada.


—No— me aseguró, —es que en “términos reales” no aumentó el precio de la gasolina.


—Pero tu dijiste que no había subido.


—Es que en ‘términos reales’ no subió.


—¿Subió de precio o no?


—Es que la dejaste levantada.


—Yo ni siquiera fui al baño.


—No sabes el asco que me da bajarla.


—Muy sencillo — le pregunté un tanto incrédulo de que se hubiera enfrascado conmigo -— ¿aumentó el precio de la gasolina?


Luego me dijo algo de que si la economía iba mejor y blah blah. AnaP dice que el intercambio duró como cuarenta y cinco segundos. No sé. El tiempo se maneja distinto cuando hay chispazos.


La tenía allí enfrente, pero neta, dejé de ponerle atención cuando se puso a decirme de que si lo de la economía y blah blah. Al final solo le respondí —pues lo de ‘términos reales’ no fue lo que dijiste—.


Cuando me di cuenta Claudia ya se alejaba. Pero como lo sabe cualquiera que discute con su pareja, la última palabra es la que vale, y dos pasos más adelante, caracoleó y regresó para agarrarme del brazo, sobármelo (quizá queriendo medir mis bíceps, tríceps y demás ‘iceps imaginarios) y repetirme con su sonrisa plastificada —Digas lo que digas, en términos reales no subió el precio de la gasolina—.


A veces, en los pleitos entre parejas, quien repite más sus oraciones las convierte en verdades.


Como primera cita no fue la de mejor química, broncas desde el arranque. Clásico rom-com.


Me da coraje ser tan lento pensando mis replicas. Mi cerebro es de los que tardan años en armar respuestas. Así que en la noche, ya debajo de las sábanas, AnaP dormida a mi lado, yo pensaba solo en Claudia. Rumiaba acerca de lo que pude haberle respondido, o bueno, cuestionado. A esa hora armaba preguntas perfectas que circulaban intactas en la obscuridad. La pude haber cuestionado acerca de que si tendría que aprender danés ahora con nuestros nuevos hospitales, de que si como ambientalista estaba ella de acuerdo con haber sacrificado más de diez millones de árboles para un tren resultado de una pataleta presidencial, o si como científica estaba de acuerdo en invertir en una refinería en vez de fondear a nuestros científicos para buscar soluciones más ecológicas e innovadoras para este mundo que se nos quema, o si ella creía haberse equivocado cuando durante su gestión como jefa de gobierno no le dieron el mantenimiento debido a la línea 12 del Metro antes de que se colapsara y matara a 27 personas dejando a otro tanto de heridos y a la deriva, o si cree que la militarización es el camino correcto en una democracia, o si seguiría insistiendo en decir que 'vamos bien' cuando han habido mas de 170 mil homicidios en lo que va del sexenio, o que si seguirá insistiendo en que 'vamos bien' cuando de acuerdo con datos oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en la incidencia delictiva del fuero común, del 1 de diciembre de 2018 al 31 de enero de 2024 se registraron en México 4 mil 817 casos de feminicidios, o si cree que el que los narcos controlen cualquier cantidad de territorio en la República es una señal del bienestar, o si se siente orgullosa por tener a grupos de acarreados como los del Partido Verde aplaudiéndole a destajo. Cualquiera hubiera sido una buena pregunta.


Pero por menso no se las hice. Perdón. Nada de eso le cuestioné cuando regresó a sobarme el brazo y repetirme de que la gasolina no había subido “en términos reales”. Como si eso fuera lo importante.


Tampoco le dije, tranquila Claudia, de veras que todos nos equivocamos, a veces hay que palear nuestra mierda (y la ajena), aceptar nuestros errores para corregirlos y vámonos al siguiente.


Pero entiendo que Claudia jamás admitiría el que la tapa del baño no estaba levantada, de que ella se había equivocado, de que yo nunca he meado en el baño de su casa.


Admito que con Claudia perdí porque en ese momento solo se me ocurrió responderle con la estúpida frase trillada que no conduce a nada, esas palabras que terminan toda conversación, esa oración que no lleva a un debate sano de ideas, ese enunciado que seguro ella empleará en su reinado desde el trono en su palacio como lo utiliza el actual reinante, y con el que seguro, perdí mi chance para una segunda cita con Claudia.


—Pues yo— le respondí mientas ella me sobaba mi sudado y pringoso brazo, —yo Claudia— le dije, —yo tengo otros datos.


Acepto, perdí.



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Chilango in Texas

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