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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

la alberca


“Los estadounidenses que no se quieren vacunar. Cuanto nos parecemos. Mezcle usted los ingredientes religión, desinformación e individualismo, agítese y tendrá usted un antivacunas” - Gerardo Antonio Martínez


La alberca era nuestra.


Hablábamos de lo que se habla un viernes por la tarde bajo el calor tejano: mujeres, Messi, pirámides multicolores en el zócalo, y gracias a la reciente expedición de Luis por el oeste de la Unión Americana, aliens.


¿De qué más?, pensamos.


Fue cuando llegó ‘el Gringo antivacunas’.


Eran pasadas las seis y media de la tarde, hora en que el contingente hispanoparlante nos dejamos caer en la alberca de la colonia. Los alberqueros nos conocen como ‘the Mexican mafia’, desconociendo de un plumazo a colombianos, argentinos, peruanos y españoles. Las mujeres del grupo se apropian de un par de mesas de la esquina, armadas con aguas, repelente de mosquitos, toallas, restregándose las manos para desembuchar las ocurrencias del día. Los hombres nos metemos a la alberca/piscina/pileta, con cuerpos esculpidos por horas enteras de evitar el gimnasio. Encontramos temas en común, y ahora que recién arribó una familia de españoles, vivimos con la ilusión de que el colega español pida una disculpa a nombre de toda España a los latinoamericanos por lo de la conquista de hace quinientos años. Después de todo, nuestros ancestros en común nos invadieron, pero los suyos (que también son los nuestros) se quedaron en la península ibérica, mientras que los nuestros (que también son los suyos) se quedaron por estas tierras. La sesión promete ser digna de Norman Bates (y de su mamá también).


Toda la ‘Mexican Mafia’ está vacunada, obvio. Apenas salieron las vacunas nos arremangamos camisas, descubrimos antebrazos y recibimos nuestra dosis para acabar con la pandemia. Ya protegidos, la mayoría nos ofrecimos como voluntarios en los centros de vacunación para ayudar a que la vacuna se repartiera con máxima celeridad.

Recuerdo con cariño aquellos días: la vida era más simple, protegida por su velo de inocencia. No habíamos escuchado hablar de deltas, lambdas o la ‘esperemos nunca llegar’ ominosa omega. Menos habíamos escuchado de ese contingente de individuos quienes armados con solo su teléfono celular, parecían dispuestos a creer todo lo que leen y escuchan en sus pantallas de 6.1 pulgadas con tal de que lo que leen y escuchan coincida con sus propias creencias.


Muy pronto empezamos a escuchar aquel ronroneo de voces que solo parecían existir en el internet, que si la vacuna esto, que si la vacuna lo otro. Rumores que incluían a Bill Gates, zombies, y las risas locas de un científico loco destajando murciélagos en un laboratorio escondido en las profundidades de Isla Calavera. Al mas viejo estilo predicador sureño que se cree sus propias advertencias de terminar refundido en el infierno, nos enterábamos de gente enojada pontificando en contra de las vacunas, tuiteando furibundos mensajes a las 3:23am en contra de la tecnología moderna y de como ésta quiere invadir nuestra mente y apoderarse de nuestra existencia, sin cerrar los ojos hasta tener todos los ‘likes’ de quienes piensan como ellos, todos unidos contra la tecnología.


La ironía no es punto fuerte de aquella población en riesgo.


Pero la verdad es que hasta que llegó ‘el gringo antivacunas’ el viernes por la tarde a la alberca, no nos habíamos topado con nadie así, frente a frente. «Ja Ja» me dijo en idioma inglés rompiendo la hegemonía castellana del grupo, «ahora sí que Pifas se los va a llevar. Según estadísticas Israelíes, la cepa Delta está liquidando a todos los vacunados». Acto seguido, y cual si se hubiera memorizado la epístola de Melchor Ocampo, me recitó unas estadísticas que supongo a él le hacían sentido, datos rescatados de su propio Excel con números creados por él mismo.


¿Por qué empezó conmigo? No lo sé. Quizá me vio con cara de ser el más crédulo. A este güey seguro lo convenzo, habrá pensado. Pero gracias a ser el segundo hijo de una familia numerosa, mi “súper-poder” es desviar el tema (claro que ahora que lo admito, seguro lo pierdo… “miren, miren que lindo pajarito azul en el árbol!!”… aarrgh) y le respondí que tenía otros datos, con lo que jalé el tema hacía la recién construida pirámide del zócalo capitalino. Pero el hombre es insistente, y en viendo que no lograba nada conmigo, se fue al siguiente, sin darse cuenta de que todos bailábamos en el agua de la alberca huyéndole a brinquitos.


¿Por qué no le refutaste?, se quejó AnaP cuando le platiqué.


La verdad es que me dio flojera meterme en un pleito que a nada llevaría. No es un debate como los de antaño de religión, política o fútbol. No hay nada que debatir. O le crees al científico loco de las profundas cuevas de Isla Calavera, o le crees a la comunidad científica.

Así de sencillo.

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