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Writer's pictureMiguel Esteva Wurts

circo... :(


La última vez que habíamos estado en el auditorio de la prepa escuchamos a la orquesta interpretando la Novena de Beethoven, ya saben, el Himno a la Alegría. Tiempos aquellos, diría mi papá, tiempos aquellos. Hoy la función es “enmascarados vs anti máscaras”.


Es sábado poco antes de las ocho de la mañana. Está a punto de iniciar una asamblea, la tercera de esta semana, y la discusión no podía estar más alejada del mensaje positivo de Beethoven. El debate que se va a llevar a cabo en nuestro distrito escolar se repite en muchas escuelas, somos un microcosmo de lo que ocurre en buena parte de la Unión Americana.


El recinto está a medio llenar, pero se completa con la tensión de quienes estamos allí. Nuestra pequeña comunidad está furiosa, vecino contra vecino. Hay quienes no asistieron a la asamblea porque saben que terminarían demasiado alterados de los nervios. No es para menos.


Todo el borlote inició cuando el gobernador del estado de Texas, Greg Abbott, decidió escuchar su pequeña voz interna cargada de miedos y prejuicios susurrados por intereses obscuros, poniendo a un lado los consejos de la comunidad médica, científica y a los virólogos e infectólogos expertos en el tema, dictaminando él solito de que las escuelas públicas no podían forzar a los estudiantes y a los profesores al uso obligatorio de tapabocas, no fuera a ser que un pedazo de tela reprimiera su libertad de expresión. Las ciudades del estado, en su mayoría gobernadas por una oposición más progresista que entiende que las ideas no se contienen detrás de una N95, se le fueron a la yugular al gobernador, y en menos de una semana habían demandas, sentencias, contrasentencias y contrademandas emitidas por las distintas cortes dictaminando el que los niños, los maestros, y la gente que entrara a la escuela, llevaran tapabocas. Pero el daño ya estaba hecho, el gobernador ya había llevado su pulgar al cuello. Divide y vencerás.


Acá ya no se habla ni de truenos ni de relámpagos, nuestras necedades ya descendieron todavía un nivel más. Máscaras vs antimascaras. ¿Dónde está el ejemplo de nuestro Enmascarado de Plata, a quien nadie silenció?


Gajes de tener un iluminati apanicado en el poder.


Echándole más leña a la confusión, la mesa directiva de nuestro distrito escolar decidió convocar asambleas esta semana para recopilar las distintas opiniones de la comunidad. La cosa es que así como que no hay quien le dan pan que llore, no hay gringo a quien no le guste compartir su opinión. La asamblea grande es la de hoy sábado, así que aquí estoy, sentado en el auditorio observando con cierta tristeza como llega el respetable con opiniones desenvainadas.


Vengo armado con mi iPhone cargado al 100%, dispuesto a fungir de reportero, anticipando ver la democracia participativa en acción. Como las mañaneras, pienso, pero con democracia participativa y no con una sola voz. Estoy sentado en la primera fila, a dos metros del micrófono. Si hay saliva con Covid, caerá rendida a mis pies y chocara en contra de mi máscara N95.


La mesa directiva, un consejo de siete padres de familia, vecinos de la colonia, electos a sus puestos por quienes vivimos dentro del distrito escolar, están sentados en un semicírculo en el escenario donde hace tiempo vimos ‘El violinista en el tejado’ y a nuestro Gusano lo escuchamos tocar apasionado su violoncello, obras que ahora parecen pertenecer a otra época. A las ocho con dos minutos el secretario de la Mesa Directiva avisa que abrirían la sesión para escuchar opiniones. Quienes hablarán, nos dijo, se firmaron ya de antemano. 48 individuos fueron los que firmaron. 48 fueron quienes querían compartir con la Mesa Directiva sus palabras, sus consejos, sus humildes opiniones. 48 a quienes la Mesa Directiva les dio tres minutos para exponer y explayarse. 48, pensé, número que multipliqué por tres minutos, y suspiré.


El secretario también nos avisa que después de escuchar a estos 48 vecinos padres de familia, los de la Mesa Directiva se separarán del grupo para llegar a una resolución con respecto al uso obligatorio, o no, de las máscaras en la escuela. Respeto, nos pide el secretario, respeto y civilidad. La sonrisita burlona solo es visible para los antis quienes vienen sin máscara. Los enmascarados sonríen detrás de sus N95. No hay tal cosa como civilidad y respeto en la tierra de Dirty Harry.


Los antis están sentados juntos, desenmascarados todos. Yo no le temo a ningún virus, parecen cantar a la tonadita de la de Ghostbusters. Me llama la atención de que a pesar de que son las ocho de la mañana de un sábado, los antis están muy bien vestidos, el cabello largo y rubio de las mujeres muy bien peinado, y los hombres, a comparación mía, tuvieron las ganas de rasurarse y pasarse un cepillo por el pelo.



Al primero que llaman al micrófono es un anti, jeans planchados, pelo en retroceso, sin máscara. No hay anti que lleve máscara puesta. Aunque mañana amanezca entubado, parecen gritar en pleno desafío, no usar una máscara es mi prerrogativa que defenderé a la muerte o hasta que esté entubado. Sufro de germofobía, nos admite de entrada pelo en retroceso, y lo que le estamos enseñando a nuestros hijos al obligarlos a usar máscaras es enseñarles a tener miedo. Compruebo más tarde que este es uno de los argumentos principales de los anti, eso de que les estamos inculcando el miedo a nuestros hijos por usar máscaras. No precaución, miedo. Igual compruebo de que tres minutos es una eternidad para cuando el argumento principal se declama en la primera oración. Tristemente, en el caso de pelo en retroceso, esa primera oración es la única que hace sentido. Después nos habla de la gente con sobrepeso, de las mamás que mandan a sus hijos a la escuela sin chamarra, y cuando se da cuenta de que está divagando, regresa a lo del inculcarles el miedo a nuestros hijos. Al final, cuando le indican que su tiempo se acabó, pregunta con voz de telenovela setentera ¿Es que cuándo va a terminar este drama?, pregunta, ¿cuándo?


Pues no se va a acabar mientras no uses tu máscara, pienso gritarle, pero me abstengo. Respeto. Civilidad.


Phoebe (todos los nombres modificados), otra anti, nos dice que tiene una hija de 11 años, pero aparte de eso, no dice mucho en sus tres minutos.


Andrea, anti, nos habla de Dios y de la libertad para escoger, y de qué las máscaras son sucias. ¡Basta!, grita, hay que defender los derechos de los peques… la voz se le resquebraja, mientras dice que todo esto es un pleito político. ¿Usted cree?, pienso gritar, pero civilidad, respeto.


Kathy, anti, es dermatólogo. Amo nuestra comunidad, nos asegura. Equipara el usar máscaras con las mujeres atrapadas detrás del hiyab. Me distraen sus zapatos que tienen burbujas plateadas, así como los pantalones de camuflaje que usa. Las máscaras conducen a todo tipo de enfermedades pulmonares, agrega, añadiendo el que no tenemos todos los datos correctos, pero que ella sí. Habría que preguntarle al AMLO, pienso, siempre con todo tipo de datos correctos disponibles y a la mano.


Kate, anti, es oftalmólogo y abuelita. Las máscaras conducen a un mayor índice de suicidios, nos asegura sin darnos estadísticas aunque fundamenta su opinión en un artículo que nos lee. Termina diciendo algo acerca de la voluntad de Dios.


El respetable, los anti, se vuelcan con la mención a la divinidad. Él está de nuestro lado, piensan con lágrimas en los ojos, Él jamás permitiría el que su hijo usara una máscara.


Tengo una hija de 10 años, dice Michelle, enmascarada, la primera que aboga por el uso de máscaras. Mi hija tiene una enfermedad respiratoria. Soy enfermera, nos dice, los hospitales se están llenando de niños. Habla con convicción y al terminar de hablar, el respetable del lado de los enmascarados irrumpe el recinto con aplausos.


Maggy, anti, alta y flaca, vestida como niña de once años con pantalones de brincacharco y moño floreado en el pelo, tiene un hijo en el kinder. Voy a leer una carta de mi esposo, nos dice, y nos inunda con datos de universidades británicas y francesas. Cita al esposo varias veces, pero no nos dice su profesión. Igual es banquero o juega hockey, no sé.


Rachel con máscara, doctora, abuela de un niño de primero. Proporciona datos del ‘American Pediatric Society’ pero me distrae el que está muy chaparrita, de que no acomoda el micrófono a su altura, y que después de la alta flaca, el micrófono le queda muy alto. Le va a causar una torticolis, pienso, y aunque nos arroja datos duros de la APS, estoy más preocupado por su cuello que con lo que nos dice. Amaya, sentada a mi lado, respira profundo detrás de su máscara cuando termina de hablar Rachel, o sea que seguro que el panorama pintado es negro.


Soy el Coronel G, nos dice el siguiente. Abuelo también, enmascarado, viste shorts y zapatos tenis azules. Muy azules. Muy. Habla de los gastos financieros del Covid, de los que dice nadie ha hablado, pero Coronel Pitufo me pierde desde el principio.


Ya extraviado en mis pensares, me fijo en el grupo de antis sentados a mi lado. Observan al Coronel Azul con cara de que ya ganaron, de que esta discusión ya la tienen en la bolsa, de que son el dinero viejo de la colonia, los de abolengo, de que sus opiniones tienen más peso que las del buen Coronel a quien nadie escucha. Idea para título de libro: El coronel no tiene quién le escuche. La apunto para que no se me olvide. Ojalá no me la roben.


Habla Barb, anti. Sobreviví el Delta, nos dice con voz que se resquebraja. Habla del miedo que le estamos inculcando a nuestros hijos. El miedo, repite en voz temblorosa. Viene en pantalones de camuflaje que parecen ser un motif de las anti, y en tacones. Barb nos dice que habló con Dios mientras estaba enferma en el hospital, y que hablar con Él le dio una perspectiva diferente. Recomienda que ‘hagamos lo correcto’ sin especificar más y me deja suponiendo que ‘lo correcto’ para ella es morir sin máscara. Cada quien.


Bianca, enmascarada. Se arregló desde temprano para venir: uñas pintadas, pelo en chongo, pantalones untados. Habla de que en su opinión, lo más sencillo es protegerse con una máscara. Dice que no entiende que tan complicado es ponerse una máscara. Estoy de acuerdo.


Paul, abuelo, doctor, anti. Que las máscaras no previenen nada. Nada, repite, escupiendo molesto levantando el tono de voz. Es lo único que dice. Agradezco el que no haya expandido en el tema a pesar de que le quedan dos minutos con cincuenta y dos segundos para hacerlo.


Maria viene con máscara y con vestido como de toalla. Los huaraches le quedan grandes. Tarda tres minutos pidiéndole a los de la Mesa que escuchen a los hombres de la ciencia, nomás escuchen, repite.


T

om con máscara, tiene dos hijos. El hombre está alto y habla doblado de tal manera que le va a afectar la ciática. Cita lo que ya dijeron las autoridades. Le da pena la elección que tendrá que hacer la Mesa Directiva. Con alguien van a quedar mal, les recuerda. Los de la Mesa Directiva lo observan.


Linda es anti. Hay quienes argumentarían que es la clásica güera de nuestra comunidad, heredera de los alemanes a quienes el siglo antepasado les regalaron la tierra en estas zonas para poblarla con gente rubia. Delgada, alta, bien vestida, con muchas opiniones, de las que ella sabe todas están correctas. Nos da su opinión de que ella se ha dado cuenta de los errores de la CDC, de que abramos los ojos ante la verdad. Pero lo dice con tal falta de entonación y emoción, que lo único que pienso es que deberíamos de tratar de incorporar a Fidel Castro como profesor en el curriculum para mejorar la oratoria.


Anita con máscara, pantalones de jipi, guangos y de jerga, y con facha de que hace tiempo que el champú no llega a su pelo, habla de la responsabilidad que tenemos al usar la máscara hacia con los otros. Saca, como todos lo hacíamos en discusiones pre-Google, datos que le convienen a su argumento. Se aprecia él que hable con distintas entonaciones.


Me preocupa la cantidad de antis que hemos visto, y solo espero que esto se deba nomás a que hayan sido más tempraneros firmándose antes que los enmascarados, porque si no, esto va a ser una aplastante mayoría de antis.


John, anti, cirujano. Tengo 41 años de experiencia, nos dice con voz de párroco sureño enojado. Es un hombre enorme, barrigón y con cara de pez, si los peces tuvieran la cara roja con venas azules reventadas. Habla del tamaño del virus, nos dice los nanómetros, y concluye de que no hay máscara con malla tan cerrada y tan pequeña que los detenga. Escupe al micrófono.


Laura, anti. ¡Ya no hay libertades!, grita. ¡Los derechos de los padres de familia!, grita. ¡Mis derechos!, grita. ¡Los de los niños!, grita. ¡Agita las manos! ¡Estoy enojada con las máscaras! Son de las mujeres a quienes no te quieres topar en el súper quejándose de que se acabaron los t-bones. El aplauso nutrido de los antis no se hace esperar. Nikita Kruschev tenía razón con sus manotazos, llaman la atención.


Dr. X. Enmascarada. Hablo hoy, nos dice, no como doctora sino como profesora de historia. Felicita a la Mesa Directiva por tan fabuloso trabajo el año pasado con el manejo de lo de la pandemia, cuando obligaron el uso de las máscaras y los contagios en los recintos escolares se mantuvieron al mínimo. Usa zapatos con un estampado de las barras y las estrellas y su pelo está atado con un chongo imponente. Piensen, les dice a los de la Mesa, piensen en cómo los juzgará la historia. Termina citando algo de la Biblia que suscita aplausos entusiastas de los enmascarados, reclamando el apoyo celeste de su lado. Los anti refunfuñan ante el robo del apoyo unánime del cielo.


Enmascarada. No dice su nombre cosa que se me hace de mal gusto. Habla de estadísticas de los chavos que faltan a la escuela y de como afectará el que todos anden faltando cuando se contagien. Será un tema, cuando los chavos falten a sus clases por dos semanas ahora que ya eliminaron lo de las clases en línea, nos recuerda.


Doctora H,. enmascarada. Soy infectóloga, nos informa, estudio y trabajo en este campo, es mi materia, es a lo que me dedico, es lo que me apasiona, es a lo que le he dedicado toda mi vida como profesional. Ella es la gran carta de los enmascarados. Es mamá de uno de los amigos de Nico, y cuando fuimos a acampar hace un par de años, nos dio una cátedra de cómo nos moriríamos dependiendo del bicho que nos pescáramos. Tiene algo refrescante el escuchar a alguien que está empapado del tema, y no a alguien quien solo quiera compartir su opinion. Excepto que no sé si me ubica cuando la saludo al final del evento, tiene una de esas memorias que retienen todo lo que leen, y me consta que es apasionada del tema de infecciones. El gran chiste durante aquel campamento era el que alguien le gritaba una enfermedad y ella nombraba al virus, la epidemia y datos interesantes acerca del virus. Habla bien, pausado. Se ve que lleva años convenciendo a Mesas Directivas. Es la mera mera del departamento de virología del hospital militar de acá, que es el hospital a donde traen a todos los militares infectados en los EUA. Digamos que sabe más que cualquiera de nosotros juntos, multiplicado por N, del tema. Habla de la crisis que hay en los hospitales, de que están todos llenos, y del ritmo alarmante de contagio de la variante Delta. Pienso que a pesar de que se roben a Dios de regreso, los anti la van a tener complicado el llevarse la mañana después de la Doctora H.


La Mesa Directiva debió haber terminado de escuchar opiniones después de la Doctora H, pero la democracia es la democracia y el siguiente fue un señor quien no proporcionó nombre. Gorra de los Astros, tenis y shorts de corredor, piernas flacas, enmascarado. Habla de los días de pancakes en su casa y se enoja con alguien de los antis que le dice no haber escuchado una de sus palabras. Entona fuerte una de cómo cada diez palabras sin importar LA palabra que sea. Termina hablando del alcoholismo. Después de la Doctora H., este buen hombre es un resbalón dramático para los enmascarados, como substituir a Messi al minuto 89 por el Cadáver Valdés.


Rebecca, enmascarada, llega al micrófono junto con su pareja. Tiene zapatos de pantufla, vestido floreado, peinado de ‘no me importa’. No sé que dice, pero la voz se le quiebra cada tercer palabra, hasta que la pareja, shorts y pierna peluda, la abraza y se escurren sin pena ni gloria.


Emily, enmascarada, llega junto con su hijo. Va en noveno, nos dice de su hijo quien se ve que tiene tantas ganas de estar allí como los de la Mesa para irse a deliberar. El hijo no sabe dónde esconderse. Emily usa zapatos Crocs con un diseño pintarrajeado. No dice nada trascendente. Da la impresión de que a los enmascarados les importa un comino su vestimenta. Lee de un papel. Sin entonación. Fidel Castro y la oratoria ¿dónde están? pienso.


Fred, anti, con hijos en los tres niveles de la escuela, no está de acuerdo con usar máscaras por lo del calor. Habla de ya terminar con todo. Trae pantalón de lino claro, y zapatos tipo LuisMi en Acapulco, pero sus palabras son agresivas.


Rob, anti, nos avisa: voy a hablar acerca de la educación, y nos saca datos británicos del año pasado. Los lee y nos pierde. Luego saca datos que dice son de la variante Delta, y nos lee encabezados de muchos artículos de periódicos británicos. Pensará que vive en Oxford, no en Texas. Al principio de la pandemia estaba apanicado, nos admite, pero por favor, no les inculquemos miedo a nuestros hijos. El aplauso de los antis es nutrido.


Jack enmascarado y vestido con camisa Hawaiiana con zapatos tenis muy blancos, pide a la Mesa que sigan las recomendaciones de los científicos. Lee un artículo de los tamaños de las partículas de saliva y cómo son bloqueadas por el uso de las máscaras.


Andrew, anti, zapatos boleados, guayabera planchada, pelo relamido. Estudié en Harvard, nos avisa para abrir boca. Luego cita los nombres de varias universidades de la Ivy League, presumiendo que tiene contactos en todas estas escuelas, Harvard, Brown, Yale. Todas. Estudié medicina, nos dice, pero ahora vendo software a hospitales. Nos inunda de datos y dice que aunque la comunidad médica está bastante dividida, los médicos “honestos” están con él en esto de no recomendar el uso de las máscaras. Así.


Mujer, sin nombre, enmascarada, enfermera. Viste pants morados que le quedan guangos, huaraches viejos. Nos habla de su abuela que sobrevivió la pandemia del mil novecientos dieciocho. Pierdo mucha información de la que escribo porque apunto el año 1918 en mi teléfono, y por alguna razón se me desconfigura lo que apunto en el celular. Me peleo con mi teléfono mientras escucho que da una descripción gráfica del proceso de entubado, y nos da los datos que le dio su abuelo o su tío o alguien. Igual habla de lo lleno que están los hospitales.


Kate enmascarada, huaraches, pantalones que podrían estar no tan pegados porque vaya que lo están, y una camiseta roida y vieja como las que yo uso como pijama. Nos da su opinión sin datos. ¡Gracias Kate!


Sally enmascarada, llega acompañada de su hija de cómo seis años. Zapatos tenis rojos bastante dados al traste. Por alguna razón cita los nombres de los maestros de la escuela y le da la gracias al trabajo de los de la Mesa Directiva quienes a su vez la regañan por dar los nombres de los maestros de la escuela.


Será porque llevamos un rato aquí, pero me doy cuenta del frío que hace en el auditorio. Nivel ártico. Con el frío, mi concentración se desliza. Seguro es como la pierden los alpinistas, pienso, el frio y la falta de oxígeno.


Ruby, enmascarada y tatuada. La primera persona con tatuajes que se para ante el micrófono. Los zapatos están bastante cascados. No sé de que hable Ruby, pero me fijo en la doctora Kathy, la dermatóloga anti que hablo al principio y que está sentada a dos metros de mi, sin máscara. Observo sus zapatos que son como de Neil Armstrong, botines a nivel tobillo de burbujas plateadas, tacones de punta. Está arreglada hasta decir basta, peinada, maquillada, y lista para lo que le presente el resto del sábado. El contraste entre los zapatos y la vestimenta de las anti y los de los enmascarados me llama la atención.


Dra Vander-quiensabe, enmascarada, zapatos como de abuelita…. Caigo en cuenta de que en serio me estoy congelando. A ver si no me tienen que cortar los dedos de las manos. Los tengo entumidos. Hace años, por el Canal Cinco vimos un documental de unos alpinistas que escalaron el Everest y quienes bajaron con las manos congeladas, dedos negros, engangredos. Les tuvieron que cortar los dedos. Tan fácil hubiera sido usar guantes.


Carmen, enmascarada, doctora. No les voy a dar datos, nos dice, sino les hablaré acerca de mi experiencia dándoles nombres de mis pacientes en el hospital. A pesar de las estalactitas creándose en mi corteza cerebral, logro concentrarme y escucho a la doctora Carmen hablar acerca de una tal Harley y pienso que qué onda con el nombre hasta que me cae el veinte de que en realidad está diciendo Araceli, no Harley. Nos comenta de que a Araceli se le murió su mamá en enero, pero no le entendí si murió de Covid o de sobrepeso. Hay una relación directa entre la obesidad y la intensidad con la que pega el virus, nos dice. Habla de que usar máscaras no tiene nada que ver con cuartear libertades sino con detener la propagación del virus. El aplauso a la doctora es nutrido. Yo no aplaudo porque seguro se me resquebrajan los dedos.


Candace enmascarada, doctora. Los hospitales están a tope, nos repite, no es el momento de tomar riesgos innecesarios. No sean mensos, dice, los doctores llevan años usando máscaras y allí siguen operando y recetando, contrario a lo que dijo un anti de que las máscaras son nocivas porque respiras CO2 reciclado. Me acuerdo de que uno de los antis dijo eso, de que las neuronas no funcionaban bien con las máscaras por la falta de oxígeno, pero por buey no lo apunte. Será la máscara que me está atontando.


Jamie enmascarada. Habla acerca de las condiciones climátologicas dentro del auditorio y recibe un fuerte aplauso de ambos bandos que me hace creer en que podemos llegar a una solución a los conflictos mundiales si tan solo nos ponemos de acuerdo en subirle al termostato del auditorio. Los huaraches de Jamie están bastante dados al traste y me fijo que tiene un problema dermatólogico en la parte de atrás de sus brazos que quizá Kathy, la dermatólogo con los zapatos plateados de astronauta, pudiera echarle un ojo aunque sea de las del otro bando. Kathy la dermatóloga, sin embargo, sigue con cara de pocos amigos.


Rita, anti. A esta mujer ya la conocemos de antes. Está más loca que una cabra, me confirma AnaP cuando llego a la casa a darle los detalles de la asamblea. Esta enjutada y encabronada, pero muy bien peinada. Es de las familias que llevan años en la zona. Se arranca diciendo que había escrito algo y que no lo iba a leer, pero termina leyendo todo lo que dice. Habla acerca de que si los niños no se bulean unos a los otros de que si usan máscara o no, y nos suplica el que aprendamos de ellos. Lleva paleros porque el aplauso es nutrido a pesar de lo enredado de sus pensamientos.


Sin nombre, enmascarada, no le entiendo su nombre. Tiene tres hijos, el segundo de 17 con un transplante de corazón. El chavo lleva 17 años entrando y saliendo de hospitales, super inmuno comprometido, y obvio, no puede ir a la escuela si no hay compromiso de usar máscaras. Nos describe en detalle todo el suplicio de conseguirle un corazón a su hijo. Rompe escucharla. El problema, dice, es que el tercero de sus hijos aun no tiene edad de ser vacunado y eso de que sus compañeros vayan a la escuela sin máscara, pues es nomás tantito peligroso, y pues también faltará a la escuela para no contagiar al hermano. Volteo a ver a los antis para ver si se les deshiela el corazón con esta historia pero la mayoría solo están viendo videos en TikTok.


Sin nombre, sin máscara, dice que debería de haber votaciones. Así. Con eso se voltea y se va. Se agradece el que no se haya tomado los tres minutos para decirnos eso.


Serafina, pediatra, con máscara y con cinco hijos. Cinco hijos. Repito: pediatra y cinco hijos. Esta mujer se merece mejores zapatos, pienso, pero me pierde cuando habla de bullying y de los tiroteos en las escuelas. Eso, y me distrae el que en la muñeca trae una liga de hule verde con las que atan los espárragos en el súper. Aun así, pediatra y cinco hijos se merecería un buen aplauso.


Alex, enmascarada, con cuerpo de niña de doce años. Lee de un cuaderno al que, desde donde estoy, le veo tachones. Compara no usar la máscara con fumar. Acaba diciendo que debemos amar al prójimo.


Janie, enmascarada. Mi esposo es doctor, dice, mientras yo titiriteo. Se me complica escribir la palabra titiritar con los dedos congelados, mientras Janie repite de que los hospitales están al tope. No entiendo que es lo que no entienden los anti de que los hospitales están llenos. Sabrán algo que nosotros no sabemos.


Steve, enmascarado, con pantalones de vestir que le quedan largos y están mal planchados. Habla de los datos y contra datos que se han dado durante esta asamblea. La camisa de vestir tiene dobleces de la lavadora en la espalda. Mi concentración en las palabras de los ponentes anda por el subsuelo con tanto frio que hace.


Freedom, así se llama la siguiente. Es estudiante de la prepa. Es la única estudiante que habla, supongo porque la convocación era para los padres de familia. Aun así, Freedom nos avisa que ella tiene voz propia y que nadie la obligó a venir. Habla bien. Es darqueta, y usa una chamarra que se antoja robársela. Tengo ‘mental issues’ nos admite, pero que ella cree, no, no cree, está segura de que las máscaras no causan problemas mentales. Habla apasionada con todo y botas punk.

Sally, quien resulta ser la mamá de Freedom, viene con otros dos hijos de como doce y trece años quienes igual, se ve que tienen unas ganas de estar allí fenomenales. Hoy no me voy a enojar, nos dice de entrada, solo les vengo a hacer una demostración. Luego me entero de que durante la asamblea pasada, Sally perdió piso. Con muchas dificultades y visiblemente enojada, enciende una vela. Les pide a sus dos hijos, quienes usan máscara, el que le soplen a la vela. Está furiosa, y habla de a quien va a demandar. Trae una camiseta que dice ‘be a hero, not a zero, wear a mask’ letras en dorado. Una vez concluida su demostración larga a sus hijos sin siquiera darles las gracias. Habla de hospitales llenos, de enfermos y muertes. El respetable no sabe como reaccionar y los aplausos son bastantes medidos.


Natalia, enmascarada. El contingente latinX llegó impuntual, son los últimos en apuntarse, los últimos en hablar. Después de Sally, la de la vela, Natalia habla con voz materna, esa que se usa para cuando quieres poner a los niños a dormir. Nos habla del drama de ser mamá.


Javier, otro enmascarado, otro latinX impuntual que llegó tarde a firmarse. Obvio que todos queremos ser escuchados, pero a este punto, cuando el de la Mesa Directiva nos avisa de que quien sigue a Javier será el último en hablar, ambos bandos respiran agradecidos. Javier nos avisa que nos va a hablar “en parábolas” y lo imagino cual un wannabe Jesús bien peinado, bien rasurado, y usando una camisa bien planchada. Cierra con palabras acerca de Dios, pero los aplausos son mas por el hecho de que ya nomás nos queda una última opinión por escuchar.


Erica enmascarada, abogada. Está preocupada por mi hija, empieza y siento que no es un buen augurio porque así han empezado la mayoría, pero Erica endereza rumbo. Como abogado, dice, pide a la Mesa Directiva deliberar sin que su decisión sea nublada por emociones. Quizá porque vemos el final de los 48, pero habla muy bien, separando sus puntos y sus ideas de una manera coherente. Nos da una sinopsis de la situación legal, y nos asegura de que nuestras libertades son acotadas en nuestro quehacer diario de cualquier manera y de que él usar máscara es por el bien común, y que de ninguna manera nos quita el derecho a decir lo que queramos, como queda obvio después de haber escuchado el desfile de opiniones de las 48 personas. Erica termina citando a uno de los antis quien le había suplicado a la Mesa el que no “le robáramos a nuestros hijos sus libertades” pues bien, dice ella, yo digo que mejor no les robemos la oportunidad de permanecer sanos y vivos.


Salgo corriendo del auditorio, figúrense un ganso canadiense buscando calor. ¿No te quedas a ver cómo deciden los de la Mesa?, me pregunta Amaya.


Por suerte me fui porque tardaron tres horas en llegar a un consenso unánime de que por lo menos durante las próximas tres semanas, los estudiantes, el profesorado y el personal de la escuela, tendrán que usar máscara cuando circulen por la escuela. En tres semanas se repetirá este circo de democracia, nos aseguran.


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Ya pasó una semana de la asamblea. Ayer la Suprema Corte del Estado de Tejas dictaminó la legalidad de la orden ejecutiva del Gobernador Abbott, de que el gobierno no puede forzar a nadie a utilizar un tapabocas. Tampoco pueden obligar a nadie a vacunarse. O sea, el haberme congelado allí durante dos horas y el haber tenido que escuchar a mis vecinos dar sus opiniones, y peor, de que nuestra Mesa Directiva haya votado a favor del uso obligatorio de los tapabocas dentro de la escuela, valió reverendo sorbete.


Se percibe como un adios a la democracia participativa. Se percibe del Gobernador una oposición absoluta a tomar decisiones tomando en cuenta los datos de los expertos si está en contra de lo que el piensa. Se percibe ese mismo sentimiento de cuando un líder mesiánico tiene una visión y no habrá hecho, verdad o nada que lo impida el cumplir con su sueño, sea construir un nuevo aeropuerto, una nueva refinería, o un tren destinado a quedar olvidado y oxidarse en la jungla.


Es difícil entender porque el Gobernador Abbott, sin dar razones ni explicaciones fundamentadas en datos e información, decidió no proteger la salud de la gente en Texas con el simple uso de un tapabocas. A través de argucias legales, el gobernador se salió con la suya, todos sus miedos y sus prejuicios confirmados mediante una sentencia. Decidió sin escuchar la voz de la ciencia y menos la información que proporcionaron expertos como la que el sábado pasado nos dio la doctora H, perito en el tema, infectóloga, virologa, doctora. Experta. Con sus inexplicables miedos, el gobernador dejó escapar a quien sabe cuántos monstruos al abrir esta caja de Pandora.


A lo largo del territorio Norteamericano se desataron pleitos en distintas escuelas por este tema: Carolina del Norte, Austin, California, Kansas. La furia y el enojo se esparce más rápido que el virus.


Un vecino me aseguró que esta es la última pataleta del hombre heterosexual blanco (y de sus esposas), de esos quienes ahora están en el poder y que tienen miedo perderlo. No sé, aunque en definitiva, aquellos quienes por alguna extraña razón quieren que los niños no lleven máscara a la escuela, si encajaban en esta descripción de “gente en el poder”, y como diría Tonto, el fiel acompañante del Llanero Solitario, “carapalida”.


Sé que en la asamblea nadie gano y que todos nos alejamos un poquito más de nuestros vecinos. Divide y vencerás.


Son tristes estos días de dictadores iluminados por las manos de sus respectivos dioses.

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Chilango in Texas

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