Me vine a escribir acá a la cafetería local que queda a tres cuadras de la casa, parte de mi estrategia para escaparme del poderoso abrazo de mi sillón. En general no me molestan las conversaciones a mi alrededor acá en la cafetería, las voces se esfuman mientras escribo ayudándome a concentrarme.
No me distrae, por ejemplo, el grupo de mujeres sentadas a mi lado, de esas que se sienten dueñas de la colonia y cuyas voces y risas compiten en su chirriante tono y volumen. Cada una tiene una mejor idea de cómo llegarle a las autoridades de la primaria, gritándose sus proyectos entre ellas, vociferando sus opiniones, sus chillidos de cotorras enojadas escondiendo el que están al borde de un ataque. A pesar del volumen, sus bramidos no logran distraerme.
Frente a mí, hay un par de señores, ambos vestidos de hombres de negocios, uno, el pelón, hasta trae corbata. Cuando los vi entrar, me pareció un poco triste el que se sentaran a discutir negocios en un café a las once y media de la mañana, y que no lo hicieran a las tres de la tarde en un restaurante, entendiéndose y cerrando su business entre alcoholes. Se hablan con una intensidad que me desconcierta, mirándose a los ojos como viejos conocidos, que no lo son porque se introdujeron al llegar al café. Al igual que las mujeres, su conversación se vuelve parte del fondo, solo escucho ciertas palabras sin perder el hilo de mi trabajo.
Detrás mío hay una pareja, un chavo y una chava. No… miento. No son pareja, son amigos que se reunieron para estudiar. Ella tiene una sudadera que la presume como estudiante de leyes en la universidad que queda aquí a cinco minutos. Sus discusiones las llevan a cabo en un tono que no me permite escuchar palabras individuales, sobretodo porque los gritos de las mujeres están muy por encima del volumen de estos dos.
A mi lado se sentó un hombre quien asesora a una pareja. Al principio asumí que era un mero asesor financiero y se me hizo extraño el que la junta se llevase a cabo en el café, no en una oficina. Extraño porque han aventado números y cantidades que cualquier secuestrador local apreciaría. El asesor viene vestido con unos kakis tipo Kerouac de esos que AnaP odia, y una camisa polo, como las que yo uso, cuello y un par de botones, aunque la de él, aparte de estar bien planchada, es ‘estilo golf’ que se me hacen ‘mas formales’ que las mías. Acá lo describirían como 'clean cut’, buen corte de pelo, bien peinado, rasurado, cinturón nuevo de cuero, zapatos boleados. Estos últimos me hacen más conscientes de que las tiras de cuero de mis huaraches ya están bastante dadas al cuas, y de que mi cinturón está todo cuarteado.
Asesora a una pareja que viene vestida mucho más casual que él. Para empezar los dos vienen con gorras beisboleras, jeans, t-shirts de las que tienen plasmada una leyenda que hace su esfuerzo por parecer simpática, y zapatos tenis. Llegaron empujando una carreola con una bebita de, como me enteré, siete meses, de nombre Olivia, y a quien la traen vestida toda de rosa porque les choca el que la confundan con un niño, cosa que en estas épocas de apertura de género, algo dice. Él es pelirrojo, usa una barba muy hipster; ella es morena, su pelo lo trae recogido en un chongo que le queda justo a la nuca.
Me hubiera desconectado de aquella conversación, vamos, las palabras de un asesor financiero son las mismas en todas partes y estoy seguro de que como asesor financiero les ofrecerá el mejor plan a esta joven pareja. «Tengo el mejor plan» les dirá, demostrándoselos con gráficas, tablas de Excel, y palabras rimbombantes. La diferencia acá es que el asesor empezó preguntándoles de que cuanto tiempo llevaban casados (ok), que cuanto tiempo anduvieron de novios antes de casarse (hmm), y les terminó pidiendo que le explicaran los problemas sentimentales a los que se han enfrentado como pareja a los dos y medio años que llevan de matrimonio y de que como los habían resuelto (what???). Resulta que se casaron en marzo de hace dos años y medio por si necesitan saber, y bueno, las respuesta de ella fue «nos amamos lo suficiente como para aguantar los malos momentos», cosa que está bien, pero como que nomás no veo para que habría que explicárselas a un asesor financiero, por más boleados que tenga los zapatos.
Las palabras que me distrajeron sin embargo, fueron las de el asesor: «Debemos cuidar los bienes terrenales que nos ha proveído Dios y bajo cuya guía debemos de invertir». Me distrajeron porque bueno, no son palabras que esperaría escuchar de alguien vestido como el asesor local de Citibank, como tampoco esperaría a que Coatlicue me recomendara que acciones comprar o donde invertir. Ya luego me enteré de que tanto el asesor como sus asesorados, forman parte de la congregación de alguna de las iglesias de por acá, y de que él funge cómo asesor financiero / emocional / espiritual de la comunidad religiosa. Todo un estuche de monerías este hombre, que ni qué. Yo que apenas puedo con esto de escribir.
No sé, chance sea yo el de la mente cerrada, pero ayer en el Starbucks (voy variando de cafetería) unos cuates sentados en una mesa que estaba -por suerte- fuera de mi vista, terminaron su junta rezando a voz en cuello pidiendo por el bienestar de ambos, por un buen porvenir y de una vez, por todos quienes estábamos sentados alrededor, una especie de «un-dos-tres por mi y por todos mis amigos» que espero se tome en cuenta para cuando toque ver el asunto de donde pasará mi alma la eternidad. Así que si este asesor financiero quiere saber acerca de los hábitos sexuales, el historial crediticio y de cómo ésta pareja resuelve sus conflictos matrimoniales, acá parecería no estar tan fuera de lugar.
De esto me acordé cuando leí este artículo de The Guardian [https://www.theguardian.com/us-news/2022/oct/27/life-surge-conference-evangelical-money-finance]
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