Ayer en la noche me quedé viendo ‘The Town’ en Netflix, película que en español, con esa capacidad de eliminar el suspenso desde antes que te acomodes en la butaca, la tradujeron como ‘Atracción Fatal’, aunque bueno, la película es del 2010 por lo que tampoco es como si fuera de estreno reciente, así que tampoco ya no hay mucho que ‘spoilear’, aparte de que sabes perfecto lo que va a suceder y quien va a ser el bueno de la película desde el momento en que empiezan a rodar los créditos y ves que está escrita por Ben Affleck, dirigida por Ben Affleck, producida por Ben Affleck y sorprendentemente el papel principal se lo dan a Ben Affleck, mismo quien aparece, si no el cien por ciento de las escenas, sí lo hace en todas, pero pues trata -y sí, ‘spoiler alert’- de un ladrón de buen corazón, así tipo la mamá del Chapo excepto con corazón, y quien se liga a una chava que obvio es mas buena que el pan, o sea vamos, en el transcurso de los siete días de la historia, la mujer no nada más se pasa la mitad del tiempo plantando verduras en el jardín comunitario rodeada de niños con caras angelicales quienes la adoran, pero además maneja un Prius y nos dice que se va a retirar de su trabajo como gerente del banco para dedicarse a dar clases en una escuela rural en una zona poco privilegiada, pero la cosa es que el personaje de Ben Affleck, el ladrón de buen corazón, se logra ligar a esta chava más buena que el pan en el espacio de una semana, en medio de que él y su pandilla roban un par de bancos, planean el robo de otro, es perseguido por centenares de agentes de la FBI, se pelea a muerte con su compañero de pandilla quien resulta es una especie de ex cuñado, se involucra en una persecución con la mitad de las patrullas de la policía de Boston, y en medio de todo esto, enamora a esta chica, quien, insisto, es más buena que el pan y a quien -por supuesto- le compra un pendiente de diamantes de un gusto que no corresponde con el de un pandillero que creció en lo que nos cuentan es el barrio más rudo de Boston, porque bueno, conseguirle un collar de diamantes a una chava a quien apenas conociste hace un par de escenas es lo que haces cuando tienes a todos los canes del condado persiguiéndote, porque lo importante, nos parece intenta transmitir la película, es el corazón, el amor, todo lo demás sale sobrando, y vamos, la verdad es que cuando escogí la película en Netflix, como que ya sabía de que lado mascaría la dichosa iguana pero lo que quería era quedarme dormido con una película predecible hasta que colgaran el letrero de ‘the end’, pero la cosa es que obvio no logré conciliar el sueño intentando ignorar la cuestión de que en la tarde habíamos ido al veterinario a poner a dormir a mi perro menso quien ya estaba todo cucho y chueco y viejo y adolorido y quien ya no quería ni comer ni bajar las escaleras y que ya no se estaba levantando ni para saludarnos, ni nos estaba recibiendo en la puerta como siempre lo había hecho y quien ya solo volteaba a verte, ya no con la cabeza, si no meneando la cola que era lo único que -a veces- podía mover todavía maso y a quien, cuando AnaP y yo decidimos que ya era hora y que no había opción, le preguntamos, a mi perro menso, como siempre lo hacíamos, de que quien quería salir a pasear, que fue el único momento del día en que se levantó feliz, porque eso sí qué le gustaba, el salir a pasear aunque ya desde hace tiempo ya no alcanzaba llegar ni a casa de nuestros vecinos, pero como perro menso que era, me siguió hasta donde la camioneta y me siguió meneando la cola como perro menso, cosa que me hizo dudar de llevarlo por última vez al veterinario, pero se me quedó viendo con ojos de que ya estaba listo, y pues lo subí cargado a la camioneta y se puso todo emocionado de que lo estábamos llevando a pasear sin saber a donde lo llevábamos, e inclusive, cuando lo cargue para bajarlo allí en el estacionamiento del veterinario, todavía me vio con cara de, “hombre, que buena salida está resultando ser ésta” porque la verdad es que estos nuevos veterinarios lo han tratado como rey, y aun cuando nos metimos a la salita donde me indicó la señorita de la recepción que me lo llevara y lo cargué otra vez para subirlo a la mesa de metal, me vio con cara de que gracias por ayudarme y cuando lo abracé solo escuché así de lejos que el doctor algo nos decía de lo que era que le iba a inyectar, y mi perro menso lo único que hacía era movernos la cola, porque eso si, lo menso ni quien se lo quitará pero lo feliz tampoco, como tampoco se le quitaron los ojos de amor con los que me veía en medio de sus cataratas mientras el veterinario le inyectaba el tranquilizante y luego lo que haya sido para pararle el corazón y él, mi perro menso, nomás me veía con esos ojos de canica, enormes y llenos de amor y seguía moviendo la cola porque era lo que hacía cuando estaba emocionado y yo solo le podía repetir una y otra vez lo valiente que era en vez de platicarle de todas las veces que nos había hecho reír con sus tarugadas como cuando lo vimos lanzándose a todo galope en contra de un arbusto podado en figura de caballo pensando que era otro perro y rebotó como de mesa de billar y nos volteó a ver con cara de what, ni tampoco le platiqué de lo mucho que le significó a mis muchachos el poder traer a su perro menso desde la CdMx y de que los recibiera, primero aquel primer día que llegaron de clase, y luego todos los subsecuentes, parado en la puerta roja de la casa siempre meneando la cola como si verlos otra vez fuera lo más emocionante del planeta, ni tampoco le dije cuanto iba a extrañar sus ronquidos que retumbaban por toda la casa y como iba a echar de menos el que nos esperara en la puerta roja cuando salíamos aunque fuera por un ratito, ni tampoco le recordé el como se emocionaba cuando le decía que íbamos a salir a caminar en las tardes, ni le dije como iba yo a extrañar sus oídos para nuestras caminatas, ni tampoco le platiqué de como me alegraba cuando lo veía a él todo emocionado porque lo primero que hacían mis muchachos llegando de la universidad era ir saludar a su perro menso y él les meneaba la cola a toda velocidad porque era lo que hacía cuando estaba contento y emocionado y repartiendo amor, pero no, ya no le platique de todo eso porque eso ya lo sabía él y yo solo lo abrace fuerte fuerte repitiéndole que era un perro muy valiente, muy valiente, muy valiente, hasta que sentí que su cola dejo de menearse y el doctor nos dijo que nos podíamos quedar con él el tiempo que quisiéramos en aquel cuartito con la mesa de metal, pero bueno, ya no nos quedamos mucho tiempo con él porque él ya no estaba moviendo la cola ni nos estaba viendo con esos ojos de canica llenos de amor, y ahora que escribo esto aquí en la casa y es ya el sábado temprano y ya no está él en su camita que había que esquivar en las noches para no tropezarse con mi perro menso roncando, caigo en cuenta de que lo único que quería hacer anoche al escoger esa película predecible e insulsa era quedarme dormido y empujar el dolor.
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