Estoy acá en la Mazda. Le andan dando el servicio de las casi 100K millas a mi coche. Si aguanta tantito más, será por mucho, el mejor coche que he tenido: tres adolescentes en sus primeros pininos al volante. Lo tendré que retirar con honores.
He traído mi Mazda 6 a esta agencia desde que lo compramos hace nueve años. Traerlo a la agencia causa revuelo a mis amigos puristas, los que insisten que en estos talleres no son mecánicos. Cambian piezas, me dicen en tono del buen conocedor, de esos que necesitan pocas palabras. Pero yo admiro a estos mecánicos, vaya, si tan solo el otro día atornille el control del aire a la pared, por lo que a mi no me platican de lo peligroso que son los desarmadores.
Reconozco a cuatro de los cinco que me reciben en la entrada del servicio. Son los mismos de cuando vine por primera vez en el 2014. Hoy me recibe S, quien siempre tiene una foto de él con su hijo, detrás de donde se sienta. La foto la ha ido cambiando, la de hoy está él con un niño como de ocho nueve años en un marco que tiene un poema dedicado a “Dad”, oda personalizada con palabras que ya vienen grabadas de fábrica, explicando la importancia del papá en la formación de un pequeñuelo único e independiente. Intenté leerlo mientras S me explicaba lo pormenores del servicio que le darían a mi coche, pero no me dio tiempo. Hace años, también estaba la mamá del niño en las fotos, ahora ya solo la oda al papá.
Uno de los que reciben tiene facha de asesino en serie. No sé si no sea asesino en serie, o si nomás no lo han atrapado. En los nueve años que llevo viniendo, este Jack The Ripper de la Mazda ha echado panza. Servirá para despistar al enemigo, supongo, para que no crean que un asesino en serie panzón no pueda recibir el coche en la agencia de Mazda.
A la agencia le dieron su buena manita de gato hace un par de años. Arreglaron todo, incluyendo la sala de espera. Le cambiaron el piso, le pusieron mobiliario nuevo, la pintaron, y le pusieron tres televisiones enormes, todas sintonizados en esos canales donde ‘flipean’ casas. Le alzaron una pared acorralando a los de contabilidad, dejando solo visibles al par de recepcionistas. A estas en particular no las reconozco, pero como si fueran sacadas del molde. Atienden a la clientela como si ellas fueran las dueñas de la Mazda. Las de ahora son una morena, ‘K’ según su nametag, sus párpados casi cerrados debajo de unas pestañas postizas inmensas. La otra es una güera vestida como si estuviera en la secundaria aunque de eso ya fueron mucho ayeres. No saludan a sus compañeros de trabajo, excepto a uno de los gerentes, de saco, corbata, pelo relamido, mirada de lobo, con quien llevan coqueteando un buen rato.
Entre la sala de espera y el taller, colocaron unos ventanales enormes desde donde puedes espíar a los mecánicos trabajando. Mi coche ahora vuela en un gato hidráulico, mientras un mecánico, tatuado hasta los dientes, le vacía el aceite.
Me gusta pensar que por los años que tiene mi Mazda, y el que sea ‘de velocidades’ lo hace tantito más complicado para los mecánicos, que los nuevos modelos, en esos donde solo cambian las partes que se van desgastando. Lo que hacen ahora como parte del servicio es que al concluir la inspección de rutina, el mecánico manda un video con todo lo que va encontrando cucho en el coche. Seguro me avisarán de que si el compresor del corrector del turbo hidroneumático, o alguna otra parte del coche que yo no sabía ni que existía, necesita ser remplazada, y me darán el presupuesto para cambiarla, y lo tendré que hacer, porque uno nuca sabe las consecuencias de cuando el compresor del corrector del turbo hidroneumático se truena. También miden líquidos, rotan y balancean las llantas, cambian filtros, verifican que el acumulador este en orden. Mi Jefe verificaba todos los niveles del coche (o me ponía a hacerlo) con rutina prusiana antes de salir de viaje. Yo le pongo gasolina. La última vez que vi el acumulador de mi Mazda nomás no se veía muy contento con ácido derramado alrededor de las terminales.
El mecánico me manda el video de mi coche donde en efecto, sugiere limpiar la batería. S, el de la oda paterna, me dice que darle mantenimiento a la batería costará sesenta morlacos más. Mi voz truena con autoridad. "Adelante" le ordeno a S el de la oda paterna, yo estoy aquí listo, mi Amex preparada.
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