Hoy en la mañana me arranque temprano a la agencia de la Hyundai (así de emocionante mi mañana) para que le dieran el servicio de las catorce mil millas a la Tucson. Yay, estarán pensando, ojalá pudiéramos haberte acompañado Miguel, ¡suena increíble! ¿A la Hyundai? ¿Antes del amanecer? ¿La que queda en la 35 en la salida a Austin? Wow…. Por favor, cuéntanos más…
Desde aquí detecto la envidia corroyendo.
En términos de agencias de coches era temprano, las siete de la mañana, y el piso de exhibición a donde me mandaron esperar aun tenía las luces apagadas así que ni siquiera pude ver bien el único vehículo que tenían allí, uno de esos adefesios con llantas cuyo interior parece haber sido diseñado por D’Europe en los setentas, integrando la sala completa con todo y el Lladró de las ñora’ anorexica cargando el ganso y los cristales de Bohemia, todo dentro de un caparazón de metal y vidrio. Así de elegante el interior, nomás digo.
De todas las salas de espera de agencias de coches que me han tocado acá, es decir la de la Toyota y la Mazda, ésta, la de la Hyundai, es por mucho las más cucha. No hay donas, ni pastelitos, ni una máquina de café como en la Toyota, ni tampoco hay sillones de cuero ni múltiples pantallas para poder escoger con que te aturdes mientras esperas a que le den el servicio al coche. Acá solo hay una cafetera, cuyo café, quizá por el sedimento superior que brillaba en un elegante verde olivo, nomás no me inspiró, unas mesas de plástico tipo Mocambo circa 1976, unas sillas como del AIFA (pre reconstrucción militar… o chance post, no sé), y una sola tele en la que transmitían uno de esos programas de remodelación de casas, de esos videos que han proliferado tanto que ahora tienen hasta su propio canal.
En este episodio en particular, una diseñadora de interiores llegaba a una casa en venta, y sin más introducción entre la diseñadora y el dueño de la casa que un abrazo (la diseñadora, entendí luego, es una de esas abrazadoras compulsivas) le ofrecía al dueño de la casa que por un moche le remodelaría su casa a fin de incrementar su valor de venta. El gancho era que la casa quedaba remodelada en tres o cuatro días, si no terminaba no sé que pasaba porque eso no lo dijeron.
Al igual que Rob, mi compañero de cuarto en la Universidad quien cuando con flojera se apoltronaba en el sillón asqueroso de tela de cuadritos aquel que compramos por cinco dólares y que lo atrapaba para ver Americas Funniest Videos, de repente caí en cuenta de que había desperdiciado media hora de mi vida viendo semejante estupidez, absorto observando como, entre abrazos grupales y gracejadas, tres pelados tiraban paredes, armaban closets, quitaban refrigeradores y pintaban los muros interiores de la casa. Para cuando logré sacudirme de mi estado catatónico, ya habían encendido la luz del piso del agencia iluminando aquel coche amueblado en exhibición.
Me paré a caminar, pero los baños de la Hyundai no tienen imágenes ni de los Rudos ni de los Técnicos ni del Chavo del Ocho ni ninguna de esas monerías que te invitan a mear a gusto, así que resignado abrí mi computadora para intentar escribir lo que fuera. Por supuesto no logré nada, la diseñadora de la tele instalaba una estufa nueva y era imposible no verla. ¡Una estufa! Al final, solo avancé en un par de pendientes menores, y, sin concentración, inspiración y ya derrotado, mis ojos arrastraron mi atención y volví a migrar la vista a la pantalla con la diseñadora tumbando paredes y abrazando a quien se dejara.
Así mi existencia hoy.
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