A mi amigo Chris lo operan en un rato. Cáncer de próstata.
—No es optimismo per se— me escribió, —pero los doctores tienen plena confianza de que todo salga perfecto.
Acostado en la camilla me sonríe. Es la misma sonrisa que le conozco hace mas de treinta años “cuando éramos jóvenes y guapos” como me dice cuando reconoce la mirada en mi cara.
Apapacho su mano, repleta de pecas, pelona. Me impresionan los huesos salidos. Nunca había tenido su mano entre las mias, en aquel entonces sólo éramos cuates. Años de ser uña y mugre en la universidad y nunca le había visto tan directo a los ojos, nunca había sostenido su mano entre las mias.
—No llores—me dice, —nadie nos quita nuestros años juntos, ¿sabes?
Me siento estúpido. Tanto como cuando llegó una tarde, después de que ya cada uno perseguíamos nuestras carreras y me admitió, “soy gay, ¿sabes?” Cual menso, enmudecí. Su confesión nos alejó, me creo una brecha que costó años reparar.
Las manchas en la piel de su cuello cuentan parte de su historia. Siempre ha batallado. Su vida ha sido una guerra constante aunque el jamás lo admitiría: alcohol, drogas, relaciones, enfermedades. “Salir del clóset fue mi lucha más complicada: a veces peleaba conmigo mismo, a veces con la vida. Pensé que perdería todo. A todos. A ti. Me costó mucho asimilar lo complicado que admitir mi sexualidad sería para todos. Eran otros tiempos”.
Todavía me avergüenza el haberme alejado cuando mas me necesitaba. Razono que sentí miedo. Por supuesto que sentí miedo. Luego me casé y nos alejamos aun mas. El se mudó y nuestros años de amistad se redujeron a postales, a promesas de vernos en las reuniones de la universidad, a fotos que me enviaba con cada nueva pareja. Despojaba novios tan rápido como bebía cerveza en la universidad.
Las pocas veces que nos vimos, regresábamos a la misma rutina de cuando estudiamos: mismos chistes, mismas anécdotas, mismos recuerdos. Todo menos reconocer lo que éramos. Lo que somos. En cada reunión el tenía un achaque nuevo, otro noviazgo que no fructificaba. Pero el no me contaba nada, batallaba en silencio. Sus males los apaciguaba tratando de que yo no me diera cuenta de ellos. Me protegía a mi… ¡a mi! de sus dolores, de su corazón cada vez más roto.
Nos avisan que ya llegó la hora para la cirugía. Siento miedo otra vez. Observo mientras se despide de su pareja. Se dan un beso tierno. Llevan ya años juntos. Nuestros mismos años, pienso.
—Ven—me dice, me acerco a la camilla —tu tranquilo. Todo va a salir bien.
Otra vez me protege.
Mi egoísmo lo suplanta el sentir un orgullo casi infantil de que Chris sea mi amigo.